martes, 4 de enero de 2011

Carta a la Nanny

Querida Nanny:

Llegó el día que tanto temía, el que hace años sabía que vendría en cualquier momento: el día que tu cuerpo ya cansado se rindiera y tu alma nos dejara. Cada cumpleaños tuyo, cada pascua, pensaba ¿será el último? Creo que todos lo pensábamos, pero nos negábamos a confesarlo. Cada vez que decías "¡Cuando yo me muera...!!" nosotros te contestábamos "¡¡Nanny, tu ya no te moriste!!"... tanto lo dijimos que terminamos por creerlo.

95 años, ¡casi un siglo! Cuántos cambios te tocó ver en este mundo, cambios tecnológicos, cambios culturales y sociales que nunca te fueron indiferentes. Creciste en el campo, en ese campo de jerarquías y señoriaje de principios de siglo, con mamas, institutrices, la misiá no se cuánto y el ño no sé cuantito... después se vinieron a Santiago, entiendo que a la calle Sazie, en lo que hoy es el barrio universitario. Estuviste interna en las monjas inglesas cuya estrictez nunca te gustó; en cambio los años en las Monjas Francesas, en el edificio que hoy es el Campus Oriente de la Católica los recordabas como tus mejores años de juventud. Siempre decías que si en tu época las mujeres hubieran estudiado tu habrías sido arqueóloga y te habrías pasado la vida en Egipto buscando reliquias... nunca lo sabremos.

Por tu hermana Marta y su marido Jorge conociste al Tata... "en la puerta de mi casa" cómo me contaste una vez. A pesar de lo distintos que eran, desde el primer día fueron los mejores partners. El Tata, un joven médico, muy serio y también muy tímido, debe haber caído a los pies de esa mujer alegre, llena de vida y con una personalidad que sólo en ti he visto. Qué bien lo deben haber pasado en ese pololeo, en que me contabas que salían mucho, yendo incluso a rodeos, lugar en el que me cuesta mucho imaginar al Tata... seguro que iba por estar contigo.

Fuiste criada para tener una vida acomodada; sin embargo te casaste con un médico que quiso dedicarse a la investigación y a la docencia, siendo de los creadores de la hoy exitosa Facultad de Medicina de la UC. Hombre brillante, "una eminencia", me ha tocado muchas veces oír. Pero todos sabemos que esa decisión, en la que siempre lo apoyaste, implicó un gran sacrificio y esfuerzo de tu parte, para darle lo mejor a tus 10 hijos. Sin embargo nunca te quejaste, al contrario, con mucho gusto te dedicaste a él y a esa gran familia que formaron.

Uno a uno se fueron casando tus hijos y empezaron a llegar los nietos. Todo se veía bien, la casa de Encomenderos cada día se llenaba con esta preciosa familia, y en las noches llegaban los amigos, quienes disfrutaban de la conversación del Tata mientras tu te preocupabas que todos fueran bien atendidos. Todo iba bien, hasta que a tus 66 años le diagnostican a tu marido de 73 años un fulminante cáncer de páncreas que se lo llevó en 3 meses... ¡qué injusto, qué inesperado y qué duro fue! Me imagino lo fuerte que tiene que haber sido encontrarse a esa edad viuda, pensando ¿y qué hago ahora? Me he dedicado la vida a ser la mujer de Roberto Barahona... ¿cómo se sigue? Pero seguiste... como me dijiste una vez "me cambié de casa y retapicé los muebles", que fue la manera de decirme que cambiaste tu vida. Se acabaron las largas tertulias hasta la madrugada y empezaste a levantarte temprano. Te reecontraste con tus amigas y primas de la juventud, empezaron esos veraneos con la tía Raquel Ossa en Santa Cruz, y en febrero a tu casa de Santo Domingo a la que convidabas a tus nietos hombres "porque las niñitas son muy complicadas". Tu casa siguió siendo el centro de las juntas familiares; primero el departamento de Los Abetos y después el de Las Nieves, en el que por años se hicieron esos almuerzos de los jueves a los que nadie quería faltar... para qué decir cómo nos reíamos y discutíamos todos... si alguien hubiera puesto una cámara cada jueves habría tenido el mejor rating de la historia, hablábamos de actualidad (perdón, discutíamos... a veces más que acaloradamente), nos poníamos al día de la vida de cada uno, y oíamos atentamente tus historias, siempre precedidas de un "¡¡¡OIGAN ESTE CUENTO!!!... en verdad no sé cómo nos entendíamos todos gritando a la vez.

Pero los años fueron pasando y si bien hasta unos 6 meses atrás estuviste muy bien, igual notábamos que ya estabas más cansada, que ya no eras la Nanny gritona de siempre. ¡Qué difícil fue aceptarlo, qué difícil asumir que ese "tu ya no te moriste" era sólo una frase y no algo real!

Hoy descansas. El último tiempo fue difícil y ciertamente fue tu fe lo que te ayudó a enfrentarlo con una valentía hidalga.

Aunque estabas semi consciente, y muy confundida, nunca dejaste de ser la Carmen del Solar, nunca dejaste de decir lo que pensabas y hacer lo que querías. Nunca hubo dos lados, para ti, las cosas eran o no eran... y fue así hasta el último momento de tu vida.

Sólo la tranquilidad de saber que tuviste una muy buena vida y que hoy estás con el Tata me consuelan. Me encantaría ser la mitad de chora que fuiste... desde que partiste no hago otra cosa que pensar ¿Cómo va a ser el mundo sin Nanny? y creo que el mundo no va a estar nunca sin Nanny, fuiste demasiado importante para que tu presencia nos abandone alguna vez. Te quiero.


Carolina

PD: ya estoy trabajando en cumplir las promesas que te hice el día antes que te fueras.