lunes, 28 de febrero de 2011

A propósito de terremotos

Me cargan los temblores, terremotos, réplicas y cualquier cosa que se le parezca. Me cargan. A veces me da susto, otras rabia, las menos no me importan. Pero ahí están y hay que aprender a vivir con ellos.

Para el terremoto del 85 me saqué la lotería. Vivía en Valdivia desde hacía 5 años, y muchas veces veníamos en marzo a Santiago a comprar uniformes (cualquier excusa era válida para pegarse el pique). Esa vez llegamos el 2 de marzo en la noche. Con lo que me gustaba venir a Santiago la noche antes de venir estaba muy intranquila, incluso con angustia. Pensé que me ponía nerviosa que las noticias hablaban de lo cargada que vendría la Ruta 5 por el fin del verano -para que vean que no es de ahora que no tienen tema en las noticias- y como en esa época el 80% del camino era de una vía, eso me ponía nerviosa. Pero cuando llegamos a Santiago, después de un viaje que efectivamente fue leeeeeento, pensé que mi angustia eran puras tonteras y la dejé de lado.

Llegamos al departamento de mi abuela, que estaba en Santo Domingo y llegaría al día siguiente junto con mi hermano. Todos hablaban de que había temblado todo el verano... yo tenía un poco de pica porque no me había tocado niuno y me sentía totalmente out de la conversa del momento.

Minutos antes del terremoto mis papás salieron a caminar, mi hermano con un primo y un amigo oían música o wherever, y yo estaba con mi abuela en la terraza mirando cómo salían mis papás. En eso la Nanny me dice/grita: "¿¿¿POR QUÉ MUEVES LA BARANDA???", yo: "no la estoy moviendo". Nos damos vuelta y veo la lámpara del techo batiéndose de lado a lado... a penas me acuerdo de lo que siguió, sólo que yo no pensaba que me iba a morir, yo sabía que me iba a morir... me acuerdo de haber pensado "qué fome morirme aplastada"... heavy. Tenía 12 años.

La Rosario salió de la cocina y se preocupó de mi abuela, me acuerdo de la Nanny con las manos sobre la cabeza tapándose el estuco que caía del techo (y que yo pensaba que era cemento).

Mi hermano me fue a buscar, porque estaba en el pasillo que era ciego y la luz se había cortado. Había bajado unos cuántos peldaños y oía que él me gritaba que subiera y yo le decía que no... esto fue varias veces y con más de algún garabato. Al final subí, pero me costó mucho, me caía a cada rato; finalmente me encontré con la mano de Pancho que de un tirón me subió. Volvimos al departamento y los otros dos estaban debajo de la puerta diciendo que había que ponerse ahí. Yo pensé este cabro está loco, querrá que se nos caiga la puerta encima... pero en un microsegundo me acordé que mi primo Punto era boy scout y decidí que él tenía que saber qué hacer así que ahí me quedé. Esos 30 segundos fueron otra cosa; de partida como era de día había luz, ellos estaban tranquilos y mi hermano me tenía de la mano... como habíamos pasado la vida como el perro y el gato me acuerdo de haberme sorprendido pensado casi incrédula: "mi hermano me quiere... no lo habría pensado" jajajja...

Ese minuto y medio me marcó por años. Vivir en Valdivia, la ciudad con el mayor terremoto registrado en la historia no hacía las cosas fáciles. A pesar que allá no tiembla mucho, hay un pánico generalizado. Sin darme cuenta, cada vez que estaba en un lugar, lo primero que hacía era ver las vías de escape. Le tenía pavor a los subterráneos y por años le hice el quite a las aglomeraciones. Con lo que me gusta la música, ir a un recital era una tortura.

Ya de grande fui a Estados Unidos, estaba en las Twin Towers viendo la preciosa vista que había y pensaba, qué rico estar acá sabiendo que no tiembla. Habían pasado más de 10 años y mi subconsciente seguía evaluando cada lugar al que llegaba como peligroso o no. Me di cuenta lo bien que se sentía no estar pendiente de los temblores y empecé un trabajo mental para aprender a vivir con ellos.

Continuará...